Al educar a las personas, implica que debemos asumir una responsabilidad y compromiso con la vida del educando con el cual interactuamos diariamente durante nuestras clases, durante el tiempo que estamos en el colegio y quizás más. En nuestro quehacer educativo buscamos, no solo lograr aprendizajes, sino “transformar la vida de las personas”, sin embargo, para el logro de este propósito, se requiere un elemento esencial, se requiere el diálogo entre profesor y estudiante.
El diálogo implica un encuentro entre dos personas, por lo que se hace necesario no negar la existencia del otro, sino reconocer su derecho a expresarse. El diálogo requiere de crear las condiciones para que cada participante pueda expresar sus planteamientos, sus puntos de vistas y que estos puedan ser recepcionados por el otro. El diálogo constituye la base del proceso de enseñanza-aprendizaje, donde el que aprende y el que enseña requieren dar a conocer y escuchar los planteamientos de modo de construir juntos el aprendizaje.
Parafraseando a Paulo Freire, el diálogo permite educar produciéndose una educación es mutua, donde el educador y el educando se educan.
Al asumir nuestro compromiso de educar debemos generar en el aula las condiciones que faciliten el diálogo, permitiendo que nuestros estudiantes nos expresen sus opiniones y sus inquietudes, nos consulten y respondan a nuestras interrogantes, a la vez que, como docentes debemos tener la capacidad de escucharlos sin negarles el derecho a la palabra. Es nuestra responsabilidad conducir y guiar el diálogo de manera que nos permita cumplir con el propósito de educar, de transformar las vidas de todos los estudiantes que participan en el proceso de aprendizaje.